A mediados de 1944 la cada vez más poderosa US Navy se había hecho con el control del Pacífico y avanzaba inexorablemente hacia Japón, luchando contra un enemigo tenaz pero incapaz de detener el enorme poderío aeronaval e industrial estadounidense.
A mediados de 1944 la cada vez más poderosa US Navy se había hecho con el control del Pacífico y avanzaba inexorablemente hacia Japón, luchando contra un enemigo tenaz pero incapaz de detener el enorme poderío aeronaval e industrial estadounidense.
La Armada Imperial seguía, no obstante, soñando con poder obtener una victoria decisiva que cambiase el curso de la guerra, permitiendo, al menos, una solución negociada. Para eso necesitaba derrotar al enemigo con contundencia, como había ocurrido durante la Guerra Ruso Japonesa de 1904-5.
Japón vio su oportunidad cuando los norteamericanos atacaron en Filipinas. Recurriendo a todos los medios disponibles, la Armada Imperial decidió lanzar un órdago con la esperanza de infligir una derrota contundente a la US Navy. Si fracasaba, el territorio metropolitano japonés quedaría indefenso.