La revuelta catalana de 1640 desembocó en uno de los mayores desafíos del reinado de Felipe IV: una larga guerra para retornar Cataluña a la órbita hispánica en el contexto más amplio del enfrentamiento con Francia.
La revuelta catalana de 1640 desembocó en uno de los mayores desafíos del reinado de Felipe IV: una larga guerra para retornar Cataluña a la órbita hispánica en el contexto más amplio del enfrentamiento con Francia. Pero la guerra catalana de 1640-1652 no solo fue una contienda entre España y Francia en Cataluña, sino que para la Monarquía Hispánica tuvo también, y sobre todo, una dimensión interna crucial. Las instituciones políticas catalanas pusieron en marcha en 1640 un proceso de secesión que culminó con la incorporación del Principado de Cataluña a la Corona francesa, dando comienzo así a una guerra para recuperarlo que habría de durar más de una década. Este conflicto, junto al que de forma coetánea estalló en Portugal, acercó la experiencia directa de la guerra al corazón de España, generó la necesidad de establecer prioridades más adecuadas a las menguantes capacidades y recursos de la Monarquía Española, puso a prueba el sistema defensivo de sus territorios centrales, y conllevó la movilización general de la población peninsular, especialmente la castellana. Y todo ello en medio de un desgaste patente y unas circunstancias políticas, económicas y sociales muy adversas, a pesar de lo cual la Monarquía Hispánica dio muestras de conservar una tenaz capacidad de respuesta para superar la crítica coyuntura de los años centrales del siglo XVII.