La única forma que el Imperio Británico tenía de responder en 1940 a la entonces todopoderosa Wehrmacht y de demostrar al mundo que estaba dispuesto a continuar la lucha a ultranza fue mediante la ofensiva que el Mando de Bombardeo británico comenzó tímidamente tras la Batalla de Francia. Pero los comienzos no fueron en absoluto prometedores.
Los medios disponibles eran muy limitados. Los bimotores en servicio tenían una capacidad de carga muy limitada y resultaron muy vulnerables ante la Luftwaffe. La progresiva entrada en servicio de los grandes cuatrimotores cambiaría la situación pero nunca se llegaría a resolver adecuadamente el gran problema del bombardeo nocturno, la identificación correcta del blanco y el lanzamiento con precisión en la zona marcada.
Estos factores se utilizaron para justificar la tan controvertida táctica de bombardeo de área que, bajo la firme mano de Harris, se desarrolló hasta el mismo final de la guerra convirtiéndose en un arma de devastación y terror. El precio que tuvieron que pagar las dotaciones del Mando de Bombardeo fue elevadísimo, convirtiéndose además en injustos olvidados y blanco de las críticas de los propios vencedores, deseosos de lavar su imagen en la victoria.