Al llegar el mes de febrero de 1945 los norteamericanos ya habían penetrado el último anillo de defensa exterior de Japón y se disponían a comenzar el camino definitivo hacia el mismo corazón del imperio nipón.
Al llegar el mes de febrero de 1945 los norteamericanos ya habían penetrado el último anillo de defensa exterior de Japón y se disponían a comenzar el camino definitivo hacia el mismo corazón del imperio nipón. Las fuerzas aéreas imperiales en el Pacífico habían sido tan castigadas que ya no suponían una amenaza efectiva y otro tanto había ocurrido con su armada, que había consumido sus últimos recursos, tanto aéreos como de superficie, tratando de detener a los norteamericanos en el golfo de Leyte.
Estados Unidos no sólo había terminado con cualquier esperanza de victoria de los japoneses sino que ahora amenazaba su sagrada tierra.
Los planificadores norteamericanos pensaban que si la isla de Iwo Jima –a medio camino entre las Marianas y Japón– estuviera en su poder, sería una extraordinaria base de apoyo para los bombardero B-29 y sus cazas de escolta.
El 19 de febrero de 1945 comenzó el asalto a esta pequeña isla del archipiélago de Nampo, que dejaría en menos de 20 días un saldo de 45 000 bajas por ambos lados.